Ana acababa de perder un embarazo, de gemelas,
y tuvieron que hacerle una cirugía muy riesgosa. Fue muy duro cuando los
médicos le anunciaban que había muy pocas posibilidades de que se volviese a
embarazar.
Fueron meses de mucha tristeza, muy difícil
retomar la rutina, el trabajo, las actividades. Ana no lograba salir del pozo
en el que había caído.
Beatriz, su mejor amiga, siempre estuvo a su
lado, apoyándola, dándole fuerzas. Pero
la notaba demasiado angustiada y tenía miedo que la depresión se apoderara de
ella a tal punto que las cosas terminaran mal. Con la compañía de Beatriz y el
apoyo de Sergio, su esposo, poco a poco fue saliendo adelante.
Sus ojos no brillaban como antes, cuando la
ilusión de ser madre, había colmado todas sus expectativas, llena de planes y
proyectos, pero ya no vivía el día entero llorando.
Salía a caminar por el parque y se detenía a
observar a cada bebé que veía. Su anhelo de ser madre, había quedado trunco, y
nadie podía saber a ciencia cierta si algún día podría verlo realizado.
Los dos soñaban con ser padres, pero ya no
sufrían tanto al pensar que quizá nunca podrían serlo. Habían decidido dejarlo
en manos de Dios.
El tiempo fue pasando y la pareja cada día
estaba más enamorada, más unida, más fuerte.
Desde el primer día que se vieron, supieron que
se amarían por siempre. Es increíble como el destino, se empeña en acomodar las
cosas como él quiere…
Es que Ana… tenía una marca de nacimiento en su
pómulo derecho. Una manchita que la verdad tenía la forma bastante parecida a
un corazón, pero a ella no le gustaba y quería hacerse una cirugía para
quitársela.
El día que se decidió a hacerlo, salió muy
temprano hacia una clínica, pero en el camino un chico la atropelló con su moto
al cruzar una calle.
Ese chico no era más que Sergio, que se bajó
volando de la moto para ayudar a Ana. En ese momento sus miradas se cruzaron,
sus almas se reconocieron y jamás se separaron.
Solo algún que otro golpe había recibido Ana,
fue más el susto que la gravedad.
Sergio la invitó a tomar algo para tranquilizarse un poco
después del mal momento, así que se fueron a un bar de la esquina, y se
sentaron en las mesitas de afuera, en un hermoso balcón de madera, del que se
observaba casi toda la ciudad, en la falda de los cerros azules.
Ya cupido había hecho su trabajo. En tan pocos
minutos ya había culminado su obra. Los jóvenes ya estaban presos del más dulce
amor.
Mientras charlaban, Ana recordó que tenía una
cita en la clínica y debía llamar para cancelar y cambiar el turno.
_ ¿Tenías médico?- Preguntó Sergio- perdón por
el atrevimiento…
_No- dijo Ana-Bueno si…
_ ¿Cómo es eso? Si, o no? jeje
_Si, tenía cita con el cirujano plástico, es
que quiero sacarme esta mancha de la cara.
_Noooo, si es hermosa… es parte de tu personalidad.
Ana no dijo nada, pero sintió un revoloteo en
su panza y pudo notar que se sonrojaba.
_Pues a mí nunca me gustó, dijo Ana…
_No te la quites, te ves más hermosa aun con
ese corazón en tu rostro.
Desde ese día Ana desistió de quitarse aquella
mancha que tanto le molestaba y por el contrario, comenzó a observarla como
nunca antes lo había hecho.
Antes de un año de estar juntos se casaron.
Un año ya desde la pérdida del aquel
embarazo. No pudieron evitar estar
tristes ese día, muchos recuerdos, volvieron a sus mentes y el corazón se les
estrujaba nuevamente, pensando ambos, aunque sin decirlo, si sería posible
tener un hijo algún día.
Golpearon a la puerta, era Beatriz su amiga.
Hacía varios meses no la veían ya que por un viaje de trabajo había tenido que
ausentarse.
Como siempre llegó con su sonrisa, con su buen
humor, con su positivismo, dando besos y abrazos! Eso hizo que salieran un poco
de aquella melancolía que traían desde la mañana.
Después de comentar su viaje, charlar de una
cosa y otra, Beatriz les decía que tenía una cosa para comentarles, para
proponerles en realidad.
Ella vivía frente a un convento, era muy amiga
de todas las monjitas. Esa mañana al salir de su casa, se encontró a dos de
ellas en la puerta, y luego de saludarlas después de varios meses de no verlas,
ellas le comentaban, que tres días atrás les habían dejado una beba en la
puerta.
No precisó hablar mucho, para que Ana aceptara
y Sergio también, es más, en ese mismo momento quisieron ir al convento a
conocer a la beba, y ya al otro día comenzarían con lo que fuese necesario para
adoptarla.
Quedaron los dos hipnotizados por aquella
criatura. Su piel era tan blanca que parecía nácar, sus ojitos azules como el mar, sus manitas tan suaves
como el algodón, su boquita roja como una fresa.
Ana no paraba de darle besos y arroparla entre
sus brazos. La pequeña la observaba y movía su boquita como queriendo decirle
algo. Kattia! Dijo Ana… la llamaremos Kattia!
Ese era el primer nombre que habían elegido
cuando supieron que Ana estaba embarazada y aún no sabían que serían gemelas.
Sergio algo preocupado, la abrazaba y le decía
amor… primero debemos esperar que nos den la adopción, que tal si no aceptan
que la adoptemos. Si amor, decía Ana... si será nuestra hijita... hasta la misma
manchita que yo tiene en su carita.
Si, era verdad, la pequeña tenía una manchita
en su carita, no era exactamente como la de Ana, sino la mitad, como si fuese
medio corazón. ¡Una increíble coincidencia!
Kattia siempre supo desde pequeña, que sus
padres biológicos la dejaron en un convento, y que sus padres Ana y Sergio la
adoptaron cuando apenas tenía días de vida. Siempre supo la historia de sus
padres y el gran amor que desde el primer instante los unió.
Fue siempre una niña muy dulce. Muy pegada su
madre.
Pasaban horas jugando en el jardín o en la
casita de muñecas que Sergio había hecho para ella. Cuando tenía unos 5 años,
un día le dijo a su madre:
_Mamita, cuando venga mi hermanita, jugaremos
las tres aquí.
Ana quedó casi muda. Que dices mi cielo, tu
sabes que mamá no puede tener bebe…
_Si puedes mami… un ángel me dijo que yo debo
querer mucho a mi hermanita y jugar con ella como tu juegas conmigo.
La mujer observaba a la pequeña y no pudo más
que abrazarla fuerte y comerla a besos. A la noche cuando Sergio regresó del
trabajo le comentó lo que Kattia le había dicho en la tarde.
Los dos llegaron a la conclusión que la niña
seguramente había visto algo en la televisión, y en su cabecita no comprendía
lo que significaba no poder tener hijos.
Pasaban los días, y no había uno en que Kattia
no dijese algo referido a su hermanita”.
Un domingo, Sergio se despertó oyendo ruidos en
el baño. Al darse cuenta que Ana no estaba en la cama, se asustó así que se
levantó y fue a ver que le sucedía. La encontró vomitando, y con mareos, tantos
que no se sostenía parada.
Llamaron al médico, el que rato más tarde les
informaba que Ana estaba embarazada.
Ana daba a luz a una hermosa beba, 8 meses
después.
Todos
estaban tan emocionados y conmovidos por aquel milagro, que no hacían más que
llorar y abrazarse.
Cuando llevaron a Kattia a conocer a su hermana, ella le dijo:
Sofía, hermanita te estaba esperando, tú traes
la otra parte del corazón.
Ana, Sergio, y todos los que se encontraban en
la sala, se miraron impresionados. Nadie había notado que la beba, en efecto,
tenía también una manchita en la cara, la otra mitad del corazón, que tenía
Kattia. Pero había más… Kattia había llamado Sofía a su hermanita, sin saber
que ese era el otro nombre que sus padres habían elegido años antes, al
enterarse que tendrían gemelas.